lunes, 31 de enero de 2011

La chica sin bragas

Vamos a cambiar de tema. Ayer estaba por la calle Aranda y encontré la tienda de comestibles que estaba buscando, aunque no sabia si ella estaría dentro. La fachada era de lunas polarizadas con un rectángulo transparente donde se exponían aceites, licores y distintas otras botellas de colores. No estaba seguro de entrar, tenia un poco de recelo porque sabia que de encontrarla no iba poder encadenar las palabras y de pronto hasta podía terminar pareciendo un gilipollas. Di un par de vueltas a la manzana y cuando pasaba por la tienda intentaba ver si ella estaba dentro, pero no había forma. Se llamaba Diana y trabajaba allí, era lo único que sabia. Ah! Y también dijo que no solía llevar bragas. No recordaba bien su cara, solo tenía una idea vaga de tu apariencia. Morena de ojos claros, creía. Tenia una bonita sonrisa y cuando habíamos bailado fijo sus ojos en los míos de tal manera que cuando daba vueltas a la tienda de comestibles no sabia si estaba allí porque dijo que no llevaba bragas y me pido que la visitara, o si era por aquella mirada tan suya. Estaba confundido. ¿Y si era una ninfómana? ¿Y si tenía alguna enfermedad? Había que correr riesgos o al menos entrar y ver qué sucedía. ¿Y si me enamoraba de su mirada? Esto era lo más peligroso.
 Al final entre y efectivamente: era Diana, y era morena, muy simpática y picara, y su mirada era la misma de aquella noche cuando bailamos. Se sorprendió al verme entrar y me sorprendí al ver que me reconocía como el chico del bar, lo cual me hizo gracia. Pregunte su nombre solo para confirmar que se llamaba Diana. Si, se llamaba Diana. Así que pensé que igual no llevaba bragas. Era guapa, aunque aquella tarde era incapaz de verla en conjunto, estaba prendido de su mirada y su sonrisa, y también de esa dulce idea de la chica sin bragas. Para colmo estaba con un vestido amarillo repleto de margaritas, algo ceñido a su cuerpo y a veces, cuando se viraba podía ver como la tela se pegaba a su cuerpo desde la cintura hasta casi la mitad de sus nalgas sin poder distinguir el pliegue que se dibuja cuando se lleva bragas. Hablamos de qué tal aquella noche, de cómo había buscado la tienda y de la atracción casi lúdica que sentíamos el uno por el otro. Yo no estaba seguro si podíamos follar en aquella tienda, detrás de los estantes o en el baño tal vez. No sabía ni siquiera cómo engranar una conversación con otra y llevarla al asunto. Mientras hablamos me di cuenta que tampoco llevaba sujetador y que se podía distinguir sus dos pezones en el vestido. En aquel momento entro un cliente y mientras lo atendía yo la miraba con disimulo. (El cliente estaba embelezado con el espectáculo) tenia que diseñar un plan. ¿Y si la tomaba de repente como en las pelis porno? ¿Y si pedía prestado el baño y allí me le insinuaba? Era terrible porque ya empezaba a excitarme de sólo pensarlo y  verla. Se fue el cliente limpiándose las babas con la mano. Por dios! Que mirada! Me pregunto si no me importaba que me besara. Yo respondí que sí, sí me importaba. Era un sueño? ¿Me estaba volviendo loco?  Luego me pregunto si quería ir al baño. Respondí que no. Era un gilipollas. ¿Me estaba volviendo loco? Una tía sin nada debajo me pedía ir al baño? Le dije que me disculpara un momento y salí de la tienda a tomar un respiro y pensar con calma la situación. Estaba muy confundido y decidí dar un rodeo a la tienda. Uno solo e iba a poder entrar  y besarle esos pezones que aguaitaban debajo del vestido o pegarla a la pared, levantarle el vestido con margaritas y lamerle su sexo desnudo, sus glúteos y luego hacerla mía. Di un rodeo a la manzana, luego otro a la manzana siguiente y otro dos más al consiguiente. Regrese un día después. Pero no volví a encontrar la tienda de comestibles de la calle Aranda.

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